Por: Martín Lleras
En
cuanto a Chile, no había mucho que especular. La propuesta de Sampaoli obligatoriamente iba a ser la misma de los partidos anteriores. Esta
afirmación, aunque repetitiva, no debe faltar nunca. Si algo hay que
reconocerle a este equipo, más allá de cualquier triunfo, es eso, tener una
idea de juego tan claramente definida. Es que no es fácil y muchos menos a
nivel de selecciones, en donde los entrenamientos son escasos y esporádicos,
transmitir, ejecutar y, sobre todo, mantener una misma idea de juego durante
tantos partidos. Digo “tantos”, porque esta propuesta no es nueva, ya Brasil la tuvo que sufrir en su propia casa.
La
verdadera incógnita estaba por el lado de Perú. ¿Cómo jugarle a Chile? ¿A la
uruguaya? Atrincherándose en el primer cuarto de cancha, esperando el paso del
tiempo y confiando en que, quizás, “si estamos de buenas, podamos hacerles daño
en un contragolpe”. No. Aguantar 90 minutos bajo los tres palos normalmente
sale mal. Además, aunque “quisiéramos, nadie nunca habló de la <<garra
peruana>>”. ¿La mexicana? Presión alta asfixiante para impedir que logren
hacerse con el balón. Difícil. La presión alta tiene un precio físico muy alto
y aguantar más de 60 minutos con esa intensidad suena poco probable. Los
mexicanos sacaron el empate con las uñas y se sabe que haber metido tres goles
fue una anomalía, una excepción a la regla…
Ni
la uruguaya, ni la mexicana, Perú se la jugó con la peruana. Este equipo
pintado de tigre salió con una propuesta agresiva a disputarse la posesión con
Chile. El dibujo fue un 4-2-3-1, con Lobatón y Ballón en la contención; Farfán
flotando libre por la mitad; por las bandas, Cueva y Carrillo, dos volantes
extremos rápidos para abrir la cancha y
contener las escapadas de los laterales chilenos; y en punta, un solitario
Guerrero, con la orden de recibir de espaldas y pivotear la llegada de los
volantes.
Los
primeros minutos de Chile fueron pálidos. Perú, lejos de estar sometida, se
atrevió y logró hacerse con la pelota y las opciones de gol. Farfán y Guerrero
estuvieron a punto de incendiar el Estadio Nacional. Gracias a una colosal
tarea de los tándems Advíncula-Carrillo y Vargas-Cueva, las autopistas chilenas
por las bandas se vieron taponadas por primera vez en lo que va de la Copa. Por
el centro, una muy buena labor de la segunda línea peruana, impedía que
Valdivia fuera Valdivia. El partido olía a sorpresa y, quizás, lo habría sido
de no ser por una falta infantil de Zambrano que dejó a Perú con 10.
La
expulsión desnaturalizó el planteamiento peruano y permitió que Chile se
hiciera con las riendas del partido. A partir de ahí y hasta el final del
primer tiempo, se vio a una Perú solidaria y entregada a la causa. El gran
mártir fue Cueva, que tuvo que abandonar el campo. Sin embargo, también hubo
otros sacrificados: Farfán se vio
obligado a abandonar su amada libertad táctica para “ajuiciarse” en marca y ayudar
a Advíncula a taponar la banda izquierda de Chile. En la primera jugada en la
que la “Foquita” llegó tarde –o mejor, no llegó- a cerrar, Alexis aprovechó para
cortar hacía adentro y tirar un centro que pegó en el palo y cayó en los píes
de Vargas. Con el arquero en el piso, el ex-Valencia sólo la tuvo que empujar. Era
el fin del partido, o eso creímos los más ingenuos…
En
la segunda parte, contra todo pronóstico, Perú se rehusó a regalarle el balón a
Chile. Las triangulaciones en el centro del campo, las ofensivas de Carrillo y
Farfán y, sobre todo, el ímpetu goleador de Paolo Guerrero desnudaron la mayor
debilidad del equipo de Sampaoli: cuando se defiende, Chile lo hace con muy pocos hombres y sus centrales,
habitualmente, quedan mano a mano con los delanteros rivales. Así, Perú propuso con
valentía y en el minuto 59, Guerrero,
que no come de nombres, ni de localías, ni de himnos cantados a capela, se
inventó una jugada valdiviana que terminó en un desafortunado autogol de Gary
Medel.
Tan
sólo cuatro minutos duró el sueño peruano, pues cuando la cosa se ponía fea,
Eduardo Vargas, el ahora goleador de la Copa, sacudió la red peruana con un
gol de antología. Desde afuera del área, una parábola inatajable contra la que
nada pudo hacer el arquero Gallese. Un gol inesperado que macheteaba las
esperanzas de los de Gareca. Inevitablemente, la debacle se terminó de consumar
con la lesión de André Carrillo, cuya salida reabrió el carril derecho de
Mauricio Isla. Con las bandas habilitadas, sumándole a esto el cansancio físico
del rival, los últimos minutos fueron cómodos para los chilenos. El pitazo
final lo celebraron como si hubieran quedado campeones, eran conscientes de que
también lo hubieran podido haber perdido.
Chile
es justo finalista de la Copa América. Ayer era favorito, por lo demostrado
hasta el momento, por nombres, por localía y por himno cantado a capela. El triunfo
chileno era lo que todos esperábamos, ¡mentiroso aquel que diga lo contrario! En
cuanto al resultado, no hubo sorpresa. No la hubo en el qué, pero sí la
hubo en el cómo. La selección peruana, que vino a Chile a construirse, fue un
más que digno semifinalista de América y puso en severos aprietos a una
selección local que, hasta el momento, se sentía intocable. Y eso, pocos lo
esperaban. En noches como la de ayer nacen
los grandes equipos y esta Perú de Gareca parece ser uno de ellos. Anoche se consagró
una idea, anoche rugió un Tigre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario