martes, 30 de junio de 2015

Anoche rugió un Tigre





























Por: Martín Lleras

En cuanto a Chile, no había mucho que especular. La propuesta de Sampaoli obligatoriamente iba a ser la misma de los partidos anteriores. Esta afirmación, aunque repetitiva, no debe faltar nunca. Si algo hay que reconocerle a este equipo, más allá de cualquier triunfo, es eso, tener una idea de juego tan claramente definida. Es que no es fácil y muchos menos a nivel de selecciones, en donde los entrenamientos son escasos y esporádicos, transmitir, ejecutar y, sobre todo, mantener una misma idea de juego durante tantos partidos. Digo “tantos”, porque esta propuesta no es nueva, ya Brasil la tuvo que sufrir en su propia casa.

La verdadera incógnita estaba por el lado de Perú. ¿Cómo jugarle a Chile? ¿A la uruguaya? Atrincherándose en el primer cuarto de cancha, esperando el paso del tiempo y confiando en que, quizás, “si estamos de buenas, podamos hacerles daño en un contragolpe”. No. Aguantar 90 minutos bajo los tres palos normalmente sale mal. Además, aunque “quisiéramos, nadie nunca habló de la <<garra peruana>>”. ¿La mexicana? Presión alta asfixiante para impedir que logren hacerse con el balón. Difícil. La presión alta tiene un precio físico muy alto y aguantar más de 60 minutos con esa intensidad suena poco probable. Los mexicanos sacaron el empate con las uñas y se sabe que haber metido tres goles fue una anomalía, una excepción a la regla…

Ni la uruguaya, ni la mexicana, Perú se la jugó con la peruana. Este equipo pintado de tigre salió con una propuesta agresiva a disputarse la posesión con Chile. El dibujo fue un 4-2-3-1, con Lobatón y Ballón en la contención; Farfán flotando libre por la mitad; por las bandas, Cueva y Carrillo, dos volantes extremos rápidos para  abrir la cancha y contener las escapadas de los laterales chilenos; y en punta, un solitario Guerrero, con la orden de recibir de espaldas y pivotear la llegada de los volantes.

Los primeros minutos de Chile fueron pálidos. Perú, lejos de estar sometida, se atrevió y logró hacerse con la pelota y las opciones de gol. Farfán y Guerrero estuvieron a punto de incendiar el Estadio Nacional. Gracias a una colosal tarea de los tándems Advíncula-Carrillo y Vargas-Cueva, las autopistas chilenas por las bandas se vieron taponadas por primera vez en lo que va de la Copa. Por el centro, una muy buena labor de la segunda línea peruana, impedía que Valdivia fuera Valdivia. El partido olía a sorpresa y, quizás, lo habría sido de no ser por una falta infantil de Zambrano que dejó a Perú con 10.

La expulsión desnaturalizó el planteamiento peruano y permitió que Chile se hiciera con las riendas del partido. A partir de ahí y hasta el final del primer tiempo, se vio a una Perú solidaria y entregada a la causa. El gran mártir fue Cueva, que tuvo que abandonar el campo. Sin embargo, también hubo otros sacrificados:  Farfán se vio obligado a abandonar su amada libertad táctica para “ajuiciarse” en marca y ayudar a Advíncula a taponar la banda izquierda de Chile. En la primera jugada en la que la “Foquita” llegó tarde –o mejor, no llegó- a cerrar, Alexis aprovechó para cortar hacía adentro y tirar un centro que pegó en el palo y cayó en los píes de Vargas. Con el arquero en el piso, el ex-Valencia sólo la tuvo que empujar. Era el fin del partido, o eso creímos los más ingenuos…

En la segunda parte, contra todo pronóstico, Perú se rehusó a regalarle el balón a Chile. Las triangulaciones en el centro del campo, las ofensivas de Carrillo y Farfán y, sobre todo, el ímpetu goleador de Paolo Guerrero desnudaron la mayor debilidad del equipo de Sampaoli: cuando se defiende, Chile lo hace con muy pocos hombres y sus centrales, habitualmente, quedan mano a mano con los delanteros rivales. Así, Perú propuso con valentía y en  el minuto 59, Guerrero, que no come de nombres, ni de localías, ni de himnos cantados a capela, se inventó una jugada valdiviana que terminó en un desafortunado autogol de Gary Medel.

Tan sólo cuatro minutos duró el sueño peruano, pues cuando la cosa se ponía fea, Eduardo Vargas, el ahora goleador de la Copa, sacudió la red peruana con un gol de antología. Desde afuera del área, una parábola inatajable contra la que nada pudo hacer el arquero Gallese. Un gol inesperado que macheteaba las esperanzas de los de Gareca. Inevitablemente, la debacle se terminó de consumar con la lesión de André Carrillo, cuya salida reabrió el carril derecho de Mauricio Isla. Con las bandas habilitadas, sumándole a esto el cansancio físico del rival, los últimos minutos fueron cómodos para los chilenos. El pitazo final lo celebraron como si hubieran quedado campeones, eran conscientes de que también lo hubieran podido haber perdido. 


Chile es justo finalista de la Copa América. Ayer era favorito, por lo demostrado hasta el momento, por nombres, por localía y por himno cantado a capela. El triunfo chileno era lo que todos esperábamos, ¡mentiroso aquel que diga lo contrario! En cuanto al resultado, no hubo sorpresa. No la hubo en el qué, pero sí la hubo en el cómo. La selección peruana, que vino a Chile a construirse, fue un más que digno semifinalista de América y puso en severos aprietos a una selección local que, hasta el momento, se sentía intocable. Y eso, pocos lo esperaban.  En noches como la de ayer nacen los grandes equipos y esta Perú de Gareca parece ser uno de ellos. Anoche se consagró una idea, anoche rugió un Tigre.


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