Por: Juan Pablo Rodríguez
Aprender
la lección es corregir los errores del pasado para no repetirlos. Aprender la
lección es estudiar, instruirse y repasar a fin de prepararse y no dejar margen
de error. Para Perú, aprender la lección son ambas cosas sin distinción alguna.
Más que un director técnico, Ricardo Gareca parece ejercer de profesor ante los
23 pupilos que, críticas más críticas menos, ya están en cuartos de final de la
Copa América.
Aprendió
de las faltas cometidas contra Brasil, de su desconcentración en los momentos
definitivos y de defender muy cerca de su arquero. Eso por una parte. Por otro
lado, estudió, aplicado, lo que se le venía en la última fecha. Se aprendió el
libreto de un sistema aplicado, organizado en el medio campo, donde cerraron
los espacios a una creación colombiana que brilló por su ausencia.
Los
peruanos sabían de la necesidad con la que Colombia afrontaba la tercera
jornada, así como de las dificultades que había demostrado el equipo de
Perkerman a la hora de buscar espacios. Con el cronómetro de por medio y el
desespero de una selección colombiana sin ideas, Perú entendió que un bloque en
la mitad de la cancha sería sinónimo de su entrada a la siguiente ronda.
No
tenían como objetivo—¿para qué si con el empate era suficiente?—buscar la portería
de Ospina. No se plantearon, más allá de lo que muchos creyeron era un intrépido
planteamiento con Pizarro y Guerrero, atacar a Colombia. La idea de Gareca no
permitía ni autocrítica, ni modificación alguna: el empate era el fin; un gol
hubiese sido anecdótico.
A
Perú lo perjudicó su desconcentración en la primera fecha, lo favoreció una
expulsión durante su segundo partido. Para el cierre de grupo la misión era
sencilla: mirar la tabla de posiciones, darse cuenta qué se necesitaba y
aprender la lección necesaria para alcanzar la meta. Dicho y hecho. Los goles
no son todo, declama el profesor Gareca frente a su clase. Ya se pueden ir, no
se les olvide la tarea.

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