Por: Juan Pablo Rodríguez
Para entender el fútbol como lo entiende Ricardo Gareca hay
que comprar el periódico todos los días. No basta con tener suscripción anual,
porque el camino a la tienda es fundamental para ir imaginando las eventuales
soluciones al problema que se avecina. Una vez con el diario entre las manos,
el radio resonando de fondo y el café humeante, hay que saltarse a la olímpica
las secciones de noticias nacionales, internacionales, las sociales e, incluso,
los deportes. Es necesario ir, directamente, a los pasatiempos.
Tampoco hay que prestar atención a los crucigramas, ni a las
caricaturas. Baste una mirada somera al sudoku, para pasar a lo verdaderamente
importante, el deporte que lleva a Gareca a entender el fútbol de una manera
particular: el problema de ajedrez. Si no fuera por esta actividad diaria, a la que el otrora
implacable delantero dedica sus mañanas y sus tardes— digamos que a la noche
dedica algo de tiempo al fútbol—, el desempeño de la selección peruana durante
la Copa América distaría años luz de lo que hemos visto desde el primer juego
contra Brasil.
Instalados en cuartos de final por una serie de resultados
que les permitió acceder segundos de grupo, con tan solo cuatro puntos, el
escollo antes de volver a entrar al selecto club de los cuatro mejores del
continente— como cuatro años atrás, de la mano de otro extranjero: Markarián—
era el onceno boliviano. Como hiciera contra Brasil, Venezuela y Colombia,
Gareca tomó el periódico y lo primero que hizo fue ver si jugaba con las
blancas o con las negras.
Conocedor que contaba con la ventaja de jugar con las fichas
blancas, no cedió la iniciativa y planteó la hoja de ruta por la cual se
desarrollaría la partida. De entrada salió al ataque con sus fichas más
preciadas. Incluso, no dudó en dejar de lado la férrea línea defensiva para
apostar por un caballo incisivo, de movimientos abruptos e inesperados, como
Jefferson Farfán. En la parte de adelante mantuvo a sus dos torres, de largos
recorridos verticales—para mantener compacto el ejercito— y sacrificio
horizontal, para permitir el paso de los demás compañeros.
Así, con la amenaza de un solo alfil boliviano que, como su
naturaleza lo indica, se dedicó exclusivamente a tirar diagonales de un lado
para otro, el planteamiento ofensivo de Perú rindió sus frutos en la primera
parte, aupado por las deficiencias en la zaga boliviana y la falta de comunicación
entre sus jugadores.
Como es habitual en el mundo multicámara de hoy en día, cada
vez que Guerrero salió a festejar una de sus tres anotaciones el siguiente
plano televisivo se dirigía a Gareca. Absorto, una vez de pie y otra sentado, el
“Tigre” parecía indiferente a lo que estaba ocurriendo. Lo más probable es que
estuviera pensando dónde iba a comprar el periódico en Santiago, ciudad que le
espera para jugar en semifinales contra Chile.

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