jueves, 25 de junio de 2015

El curso natural de las cosas



























Por: Martín Lleras

Si bien Chile venía de imponerse cómodamente en el grupo A, lo cierto es que el nivel de los rivales a los que enfrentó en primera ronda estuvo por debajo de la media del de las grandes selecciones suramericanas. Además, y esto hay que decirlo, con este formato que clasifica a 8 de 12 selecciones, llegar a cuartos de final no debe entenderse como garantía de nada. Uruguay, con su sus 15 títulos de Copa América y su bien conocida habilidad para aguar fiestas, se presentaba, entonces, como la primera gran prueba para los dirigidos por Sampaoli.

Como era de esperarse, Sampaoli repitió el mismo 4-3-1-2 que contra Bolivia. ¿La consigna? La misma de siempre: jugar en cancha del rival; explotar las bandas con los dos laterales; y por el centro, intentar romper la última línea con la irrupción desorganizada de Vidal y Aránguiz. Valdivia, como contra Bolivia, era el encargado de darle claridad y contundencia al ataque eléctrico de Chile. El equilibrio del equipo le correspondía a Marcelo Díaz, cuyas labores eran principalmente dos: darle orden al desorden ofensivo y evitar que los centrales chilenos quedaran mano a mano con los delanteros rivales. Por su parte, Uruguay salió con un 4-4-2 retrasado, con la orden de esperar en su propia cancha las ofensivas chilenas e intentar explotar, con Carlos Sánchez y el "Cebolla" Rodríguez, los espacios que que se generaban cuando los laterales chilenos subían al ataque. 

Los locales arrancaron nerviosos, situación que Uruguay supo aprovechar para inquietar la portería de Bravo en los primeros minutos. Sólo hasta la mitad del primer tiempo, cuando cesó el nerviosismo inicial, Chile logró imponer su juego de posesión y vértigo. Como en los partidos anteriores, los ataques chilenos se concentraron por la banda de Mauricio Isla. El lateral derecho, que viene de una temporada irregular con el Queens Park Rangers de Inglaterra –jugó tan sólo 26 partidos en todas las competiciones-, ha interpretado perfectamente el rol que le asignó Sampaoli y se ha convertido en el principal motor de ataque de Chile. El volumen de ataque por la banda derecha contrasta dramáticamente con el de la banda izquierda, la banda de Alexis Sánchez, que llegó como la gran figura de esta selección y, hasta el momento, no ha podido acoplarse plenamente a los circuitos ofensivos del equipo. ¿Dónde está el Alexis del Arsenal? El equipo aqueja su ausencia.

Chile lo intentó como pudo, pero el gol no llegó en la primera parte. El libreto calculador y timorato de Tabárez se cumplía a la perfección y para la segunda parte no se esperaba ninguna sorpresa: Chile a seguir proponiendo, Uruguay a seguir esperando por un error y a intentar capitalizar la pelota quieta mediante el juego aéreo de sus dos torres, Godín y Giménez.

En la segunda parte, los chilenos, como era de esperar, fueron víctimas del desgaste físico. Valdivia se desapareció y con él las llegadas claras de gol. Con Chile desgastado, sin aire para ejercer la presión alta, y Uruguay atrincherado, el partido se embotelló en la mitad del campo. Sin embargo, en el minutos 63, la expulsión de Cavani, le daría un vuelco inesperado. Paradójicamente, la expulsión injusta de la única esperanza goleadora, despertó en sus compañeros la ambición ofensiva que tanto les había faltado durante la primera hora de juego. “¡Ahora lo ganamos!”, gritaba un enardecido Diego Godín. A partir de ahí, las condiciones adversas hicieron sentir cómoda a una selección uruguaya que carente de ideas, pero llena de garra e ilusión, se sintió capaz de hacer valer su tradición copera. Si no podía meter gol, por lo menos, iba  a intentar llevar el partido hasta los penales, ese ritual azaroso que Uruguay tanto conoce y que, en 2011, le dio el triunfo contra Argentina. Se estaba jugando el partido que ellos querían.

La expulsión, en todo caso, también tuvo un efecto sobre Chile. Sampaoli mandó a la cancha a Pinilla para que luchara por arriba contra los centrales celestes y a Matías Fernández para acompañar en la creación a Valdivia. No sólo tácticamente, también en lo anímico hubo un cambio: los jugadores chilenos salieron del letargo y, después de varios minutos en los que estuvo ausente, el juego ofensivo volvió a aflorar. El partido volvió a jugarse en territorio uruguayo. Chile, con sus laterales, optó por tirar centros al área en busca de Pinilla. Desafortunado Muslera, que, tras rechazar un centro al corazón del área, dejó el balón en los pies de Valdivia. El Mago, que todo lo ve, descargó el balón en Isla, que, esta vez, apareciendo por la mitad, le pegó al arco. ¡Golazo! y un premio justo para el mejor jugador de la cancha. 

Después del gol, nada que hacer para un equipo que, sin Cavani y con Suárez viéndolo desde el sofá,  tiene poco o nada para ofrecer en ataque. 

Con dos ideas de juego diferentes, el partido pudo ser para cualquiera. Pudo haber sido Uruguay, sin duda, pero fue Chile. El fútbol premió al más atrevido, al que más lo buscó y al que más lo mereció. Lo ganó Chile, un triunfo histórico que se siente correcto, como si se tratara del curso natural de las cosas. Ahora, a esperar al ganador de la llave entre Bolivia y Perú. Por lo pronto, el calendario le sonríe, ya veremos si la lógica también. No me extrañaría verlos en la final, se sentiría correcto, como si se tratara del curso natural de las cosas.    

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