Por: Juan Pablo Rodríguez
Jugar
partido a partido (léase Cholo Simeone) uno de los torneos de selecciones más
cortos que existe es entendible. Sin embargo, dadas las condiciones
futbolísticas del continente, y con el antecedente de la edición anterior en la
que Perú y Venezuela avanzaron hasta semifinales, decir que el objetivo de un
país se limita a pasar de ronda es mediocre e injustificado. A todos les falta
tiempo, todas las selecciones hay que renovarlas, las lesiones son un lugar
común y el destino, que no sabe de culpas y es ciego, puede jugarle una mala
pasada a cualquiera.
Hace
poco menos de un mes, Ricardo Gareca anunció que el objetivo de Perú sería
pasar de ronda. Listo. Como quien va al casino, apuesta en todos los números de
la ruleta salvo el cero y dice que el objetivo es ganar algo. ¿Cómo puede salir
a decir que el objetivo es pasar de ronda cuando pasan ocho de doce selecciones
y en un grupo de cuatro pueden pasar tres?
Para
reafirmarse en su declaración, Gareca fue más allá y nos mostró lo que pocos
desean ver en el fútbol: la realidad. El primer partido contra Brasil— donde se
acepta generalmente cualquier cosa porque es Brasil— salió a presionar un rato,
por divertimento, para luego refugiarse en su propio terreno y defender un
inesperado 1-1. Resultado: un minuto de desconcentración y todo por la borda.
Para jugar contra Venezuela, Gareca se reafirmó en la idea
de no tener idea. Salió como quien sale a la calle en busca de que la suerte le
sonría y se encuentre el billete que le faltaba para completar lo del mercado.
Al ver el partido de Venezuela contra Colombia, Gareca se habrá dado cuenta de
la fortaleza y el orden de la vinotinto.
Dejó entonces la parte propositiva a los venezolanos, que de aquellos tampoco
saben mucho, por lo que el partido se dirigía inexorablemente a un sopor de 90
minutos en la mitad de la cancha.
Pero apareció. Ahí estaba a la espera de ser recogido. A la
entrada de la casa. No tuvo que pasar mucho tiempo. Los peruanos se encontraron
su lotería en una expulsión tempranera. La cuestión fue entonces de paciencia.
Paciencia para saber qué comprar con ese billete, pero sabiendo que la compra
se iba a hacer al fin. La Venezuela de un solo punta se convirtió en la
Venezuela del llanero solitario. Un llanero solitario, Rondón, con mucho talento
pero sin compañía.
Pasaron los minutos, Perú demostró su dificultad para
proponer, quedó clara la dependencia en sus dos delanteros— que ya vivieron sus
mejores épocas y hoy son más nombres que otra cosa—, pero llegó el gol. Uno
solo, porque pedir dos era utópico.
Un gol que da tres puntos y acerca la clasificación a
cuartos de final. Gareca ve cada vez más cerca el objetivo. Aguarda paciente a
encontrarse otro billete, mientras prepara en una mano, por si acaso, el casete
de los lugares comunes para defenderse del fracaso.

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