
Por: Martín Lleras
Twitter: @martinlleja
Ya hace algunos años, siempre que se abría la ventana de transferencias, los
rumores del mercado situaban a Iker Casillas fuera del Real Madrid. Fueron
tantos los veranos en los que se dijo que se iba y tantos en los que se terminó
quedando, que muchos asumimos que nunca iba a pasar, que nunca se iba a ir, que
se iba a retirar en el Madrid. Esa asunción, junto con la idea –tan arraigada
como irreal- de que las grandes figuras se retiran en sus clubes, hizo que la
imagen de Casillas, con lágrimas en los ojos, sentado solo en una sala de
prensa del Bernabéu, fuera difícil –por no decir imposible- de digerir, hasta
para aquellos que no son simpatizantes del Real Madrid.
Así
es el fútbol, los jugadores pasan y quedan los equipos. También quedarán para
siempre grabadas en nuestra memoria las atajadas imposibles de un arquero que
se convirtió en leyenda viva, no sólo del Madrid, sino también de la Selección
Española. Un arquero feroz que siempre se agigantó en las situaciones extremas.
Tanto en su club como en la Selección fue capaz de atajadas que valieron
títulos. Cómo no recordar el penal atajado a Cardozo en Suráfrica, en cuartos
de final cuando el sueño mundialista se iba por la borda; el gol cantado que le
sacó a Robben en la final; o su soberbia actuación contra el Leverkusen, el día
en que el Madrid ganó la “novena”.
Cuando las cosas se ponían más feas, entonces aparecían Casillas y su
mística. Porque más que cualquier otra cosa Iker es eso, mística. Y a punta
de mística se irguió como uno de los más grandes arqueros de la historia, para
muchos, el mejor.
Sólo
él y los demás implicados conocerán los detalles precisos de su salida. Sin
embargo, más allá de cualquier conflicto interno sobre el que pudiéramos
especular, lo cierto es que Casillas deja el Madrid porque, desde hace algunas
temporadas, ya no se siente, ni tampoco es, titular indiscutible. No lo fue con
Mourinho, tampoco con Ancelotti. Los años pasan y los cuerpos lo sienten,
Casillas ya no es el mismo de hace 5 años, Xavi tampoco y tuvo que dar un paso
al costado. Y no sólo es Xavi, en los últimos años son varios los jugadores que
lo dieron: Giggs, Scholes, Gerrard, Lampard, Puyol y Pirlo son algunos de los
casos más emblemáticos. La salida de Casillas, tal vez, corresponde al curso
natural de las cosas, de la vida. ¡Qué no suene a fracaso! Iker estuvo 16 años
soportando la exigencia física y mental que implica ser el arquero del primer
equipo del Real Madrid y eso no es poco. Si la mística lo fuera todo en el fútbol,
Pelé seguiría jugando.
El
alto rendimiento exige a los mejores y el Madrid los puede y los quiere tener
(a toda costa). Y, aunque duela y sea difícil de pronunciar, Iker ya no está
entre esos. Lo estuvo, quizás fue el
mejor, pero nadie le es indiferente al paso del tiempo. Visto así, la salida de
Casillas no debe sonar a injusticia. El cómo de su salida, por el contrario,
sí. La forma en la que salió el capitán blanco dejó en entredicho el discurso
de señorío y nobleza que tanto pregona el himno madridista. Antes que cualquier
motivo deportivo o económico, debió haber primado el respeto por un hombre que
siempre se entregó en cuerpo y alma por su club. Florentino obvió esto. También
lo hizo el Bernabéu cuando lo pitó y lo señaló.
Casillas
se va, ya se fue. Se siente raro y sabe mal por la manera en que lo hizo. Sin
embargo, lo cierto es que el Casillas de hoy no es el mismo del 2010. Hay que
decirlo, el Iker de las últimas temporadas fue frecuentemente víctima de sus
debilidades, sobre todo de su juego aéreo. Añoramos tanto al Casillas de
Suráfrica que nos olvidamos del de Brasil. Vale la pena contrastar al Casillas
de hoy con el de hace un par de años para darse cuenta que los futbolistas,
aunque no parezca, también son humanos, sus células también envejecen. Por
eso no vale la pena enfurecerse, ni lamentar su partida. Dolería más verlo,
domingo a domingo, sentado, de suplente, en las cómodas sillas del Santiago
Bernabéu. Además, no se va a cualquier parte, se va al Oporto y tengo el
presentimiento de que más pronto que tarde lo veremos, ya no de blanco, paseando por Madrid.
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