Por: Martín Lleras
Terminó
como tenía que terminar. No porque Chile haya ganado, sino porque, hasta el
final, también pudo haberla ganado Argentina. La final de anoche debe servir
como sinopsis precisa de lo que fue esta Copa: una guerra. Y es que lo
fue, de principio a fin y en todos los sentidos, en lo físico, en lo
psicológico y, sobre todo, en lo táctico. Nadie regaló nada. Nadie, ni siquiera
los más modestos. De los 26 partidos disputados, sólo cinco se ganaron por más
de un gol de diferencia y, de esos cinco, sólo dos se ganaron por más de dos
goles. Aquí en América, todos los triunfos cuestan sangre. En ninguna parte se
compite como acá.
La
batalla de ayer, decía, resumió lo que fue esta Copa. El partido arrancó con un
ritmo infernal y ninguno de los dos, ni Argentina, ni Chile, salió a
especular. No hubo nerviosismo, ni pasividad, ambas partes querían el protagonismo
y nadie salió a esperar. La presión alta feroz, que mutuamente se hicieron
chilenos y argentinos, impidió las posesiones largas y las salidas en limpio.
De hecho, las opciones más claras de Chile resultaron de salidas en falso de la
última línea argentina. No había espacios para nadie. El empate se mantenía y
para romperlo no era suficiente ni con la voluntad de Alexis y Vidal, ni con los destellos creativos de
Pastore, ni las corridas heroicas de Di María, ni siquiera con el nombre de
Messi. De lado a lado, con muchas ganas y con pocas opciones claras de gol, así
se jugó el primer tiempo.
Chile,
que administró mejor su gasolina, llegó mejor a la recta final del segundo. Isla
pagó el peaje y comenzó a circular por su autopista. Por el centro,
Sampaoli, que quería evitar los penales,
mandó a todos al ataque, hasta a Marcelo Díaz, que juega bien en donde lo
pongan, de volante, de central, de nueve…si lo hubieran puesto a tapar en los
penales, seguro que alguno habría atajado. Chile se acercó más, pero la más
clara fue para Argentina. En el minuto 92, en la última del tiempo
reglamentario y en la única en la que Messi fue Messi, el “10” se inventó una
cabalgata épica que terminó con Higuín errando un gol debajo del arco. Ni el
del Maracaná, ni el de Santiago, ni tampoco en la definición por penaltis. ¡Ay, Tévez! Quizás la historia del fútbol argentino sería otra si Tévez hubiera
estado en esos momentos determinantes, quizás no, ¿quién sabe? Lo único cierto es que quedó
el sinsabor de saber que ayer estaba sentado en el banco.
El
desgaste físico y el reloj, que lentamente llegaba a 90, dictaminaban que los
protagonistas de la noche serían, no los talentosos, sino los del corazón más
grande, los Mascheranos, los Díaz, los Demichelis y los Medels. ¿Lo qué pasó en
la prórroga? Lo mismo que en todas.
Calambres, sangre, sufrimiento, alguna ocasión de gol y faltas, muchas faltas. ¿El
final de la historia? Todos la conocen. Higuín por arriba, Banega muy suave y
golazo de Alexis, que se puso la del Arsenal para cobrar. ¡Chile campeón¡ Un
premio merecido para un proceso que comenzó con Bielsa y se consagró con
Sampaoli. Hoy, Chile mira a los ojos a cualquiera, llámese como se llame. Ayer
fue Argentina.
La
otra cara de la moneda es la de una generación única de futbolistas que estaba
llamada a romper con la sequía de títulos y que, en dos años, llegó a dos
finales y ambas las perdió. Con lo difícil que es llegar a una final, no
debería sorprendernos que Messi se retirara sin levantar un trofeo mayor con su
selección. Sería injusto, pero es una posibilidad real. Hoy, seguramente, ya
varios lo estarán crucificando, es Messi y, consciente- o inconscientemente,
todos exigimos mucho de él. Lo sentimos capaz de ganarlo todo y cuando vimos a
Argentina en la final, muchos, automáticamente,
lo creímos campeón. Cometimos un grave error, nos olvidamos de que para
ganar la Copa América, ni con Messi es suficiente. En ninguna parte se compite
como acá.
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