miércoles, 12 de agosto de 2015

Cachetada al destino




Por: Sebastián Nohra
Twitter: @sebastiannohra

El fútbol volvió a cruzar en el mismo camino al Barcelona, al éxito y a Pedro -nunca más ¨Pedrito¨-. Por supuesto que la épica, la mística, la jerarquía de un equipo que aprieta los dientes cuando la campana suena y ese ¨no sé qué¨ que hace tan encantador al fútbol, tuvieron su cuota de influencia en el partido. Sin embargo, hubo una serie de movimientos en las pizarras de Emery y Luis Enrique que fueron determinantes e iremos a analizar.

El Barca salió con su 4-3-3, Ter Stegen por Bravo, Mathieu por Jordi Alba y la sorpresa: Rafihna por Pedro. Esta vez, Luis Enrique obvió los extremos puros, Messi más por dentro, Luis Suárez de barredora por todo el frente de ataque, Rakitic más adelantado que Iniesta y Busquets de ancla. El Sevilla mutaba entre el 4-2-3-1 para defender y el 4-4-2 para atacar. Banega y Krohn Dehli en el doble cinco, Reyes y Vitolo abiertos e Iborra por detrás de Gameiro.

La presión intensa y alta del Sevilla del primer tiempo, invitaba a pensar que Emery preparó un partido para incomodar al Barcelona y tratar de jugarlo lejos de Beto. Sin embargo, ocurrió algo que suele obligar -mentalmente- a los equipos a retroceder unos metros cuando se enfrentan al Real Madrid, Barcelona, Bayern Munich: convertir un gol muy temprano.

Después de la caricia de Banega al primer palo de Ter Stegen, Messi cogió la lanza y con dos arranques, pudo penetrar y conducir a la espalda de Banega. En la primera abrió a Rafihna, en la segunda pase a Suárez. Falta. Dos pasos. Rosca. Y al ángulo. El Barca imponía un ritmo alto, frenético, buenas y prolijas posesiones en campo contrario. Alves y Mathieu oxigenaban mucho al equipo con sus salidas.

La idea de Luis Enrique de jugar con una especie de ¨falsos extremos¨ fue clave en el primer tiempo arrollador del Barcelona. Messi y Rafihna partían de afuera hacia adentro, uno de conductor y el otro de llegador. Así, dejaban dos autopistas para Matheiu y Alves. Vitolo nunca logró encontrar a Alves y el brasileño daba otro recital de despliegue.

Lo de Messi ayer fue otro tomo más de su novela. A sus dos obras de arte, sumó una cantidad de buenas decisiones y conducciones de las de siempre. De las que son mortales. El primer tiempo fue apabullante. El segundo tiempo empezó igual. Al minuto 52, Suárez firmó el 4-1 y fue cuando la mitad de los televidentes debieron apagar su televisión.

Diez minutos después, Vitolo desborda a Alves, saca un buen centro y un error posicional de Mathieu deja a Reyes solo para definir. 4-2. El Barcelona seguía confiado de su renta, bajo el ritmo, la presión y la circulación de balón. Un cambio de Luis Enrique terminó por deshacer al Barcelona: sacar a Iniesta por precaución por Sergi Roberto.

El ingreso de Konoplyanka por Reyes fue fundamental. Vitolo pasó al otro lado. El ucraniano que estaba fresco desbordó y con la misma formula:  centro pasado y error de Mathieu. Penalti. Cobra Gameiro y 4-3. Era el momento del Sevilla. Luis Enrique para proteger el resultado desnaturalizó al equipo y lo pagó caro: ingresó a Bartra por Rafihna, mando a Macherano de doble cinco con Busquets, Sergi Roberto y Rakitic por los lados y arriba Messi y Suárez. Un 4-4-2. Sin un dibujo apto para triangular, un Messi cansado y solitario, y Rakitic y Sergi Roberto que ni tienen uno a uno ni desbordan, el Barcelona terminó de hundirse y el Sevilla lo empató con otra desatención defensiva.

El técnico asturiano corrige el esperpento y al inicio del extra tiempo mete a Pedro por Mascherano, y el Barca vuelve al 4-3-3. El efecto del cambio fue automático. Además, el Sevilla acusó el esfuerzo de perseguir el balón en el primer tiempo y de remontar en el segundo y se cerró en su portería para buscar los penaltis. En la última de Messi, encara hacia adentro, lo bajan.  Tres jugadores del Sevilla para evitar lo inevitable se adelantan tres metros al tiro libre de Messi, rebote -era penalti-, Messi vuelve a disparar, salva Beto y la empuja el libretista de los guiones dramáticos: Pedro Rodriguez.

Con el corazón en Barcelona y la cabeza en Manchester, este extremo canario ingresó al minuto 93 por extrema necesidad. Era la última carta. Y entre acusaciones y rumores, y cuando su traspaso parece ser un hecho, apareció cómo en Monaco, Wembley y Abu Dhabi para darle suero a su moribundo, darle una cachetada al destino y agrandar la leyenda de esta generación.

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