Por: Martín Lleras
Twitter: @martinlleja
Anoche,
en Santiago, Chile lustró su trofeo de campeón de América con una selección
brasileña que sigue perdida y en la búsqueda de una identidad que
la vuelva a poner en la cúspide del fútbol mundial. Los chilenos, que ya se
hicieron dueños de un estilo, sufrieron, pero al final fueron capaces de
demostrar que ya no se esconden de nadie.
Obseso
como es, Sampaoli volvió a apostar por su 3-4-1-2. Un planteamiento valiente
–pero generoso con los espectadores– que no cualquiera se atrevería a poner frente
al pentacampeón del mundo. Con la intención de jugar siempre en campo rival,
Chile salió con tres centrales; más adelantados, de carrileros, Beausejour e
Isla con la tarea de llegar siempre hasta la raya final; Vidal y Díaz en la
contención; y adelante, en una especie de desorden organizado, Alexis, Vargas y
Valdivia moviéndose por todo el frente de ataque.
Brasil,
por su parte, y acorde con lo que esperábamos de Dunga, propuso un conservador
4-4-1-1. Con dos líneas de cuatro claramente definidas y con dos volantes de
marca, que no se caracterizan por tener el pie más fino, Brasil jugó a esperar
a Chile y a intentar contragolpear gracias a la velocidad y la excelsa técnica
de sus dos extremos, William y Costa. Adelante de la segunda línea de cuatro,
Oscar era el encargado de activar el olfato goleador de Hulk, que jugó como
único punta.
Chile
arrancó entusiasmado y en los primeros quince minutos salió a imponer la idea
con la que, hace no más de tres meses, conquistó América: intercalar la
posesión interior con el ataque vertical y el vértigo por ambas bandas,
especialmente la de Isla, que cuando viste la roja de Chile se siente
imparable. Sin embargo, a medida que fueron pasando los minutos, quizás porque
todavía se respeta mucho a Brasil, los locales perdieron precisión, cometieron
errores en la salida y permitieron que los brasileros adelantaran sus dos
líneas de cuatro.
Brasil,
que en los primeros minutos fue tímido y calculador, entendió que la clave
estaba en abrir la cancha con sus laterales y sus extremos para aprovechar el
espacio que se abría a espaldas de Beausejour e Isla. Douglas Costa y William
–sobre todo el primero– aprovecharon su velocidad para llegar a la línea final y
obligar a la última línea chilena a ensancharse. Brasil pudo haber aprovechado
los espacios que se generaron por adentro, de no ser porque Hulk estuvo
impreciso y porque Oscar escasamente tocó la pelota.
Sampaoli
no debió haber tardado más de cinco minutos en identificar la falencia de su
equipo y no tuvo reparo en hacer su primer cambio antes del final del primer
tiempo: González entró por Silva, un volante por un central, y Beausejour e Isla se retrasaron a completar
la línea de cuatro. El cambio táctico le dio equilibrio a Chile y, a partir de ese
momento, se vio a un equipo más parecido al campeón de América. Al que no se
vio –y no se ve hace más de diez años– es al Brasil alegre y jovial que tanta
falta nos hace.
El
segundo tiempo fue intenso desde el principio. Chile le dio un poco más de
libertad a Vidal, lo cual le dio peso ofensivo al equipo, pero también le
dificultó la tarea de contención a un Marcelo Díaz que echó de menos el
despliegue físico y la solidaridad de su compañero de mil batallas, Charles
Aranguiz. Brasil aprovechó el ímpetu ofensivo del local e intentó hacerle daño
por medio de contragolpes y locas cabalgatas de Costa y William, sus jugadores
más veloces. Pero Chile se defendió bien y cortó los contragolpes
gracias a sus muy buenas transiciones de ataque a defensa.
La
entrada de Matías Fernández en el minuto 62 le dio claridad al ataque del local
y fue él mismo quien provocó y ejecutó el tiro libre que terminó en el gol de
Vargas. Abajo en el marcador, Brasil intentó reaccionar, pero las ganas de
empatar no fueron suficientes para volcar la realidad: Brasil, sin Neymar,
carece de elaboración y juego, sus variantes ofensivas son escasas y sus
contragolpes inocuos.
Al
final, Chile apretó y Alexis Sánchez, que reivindicó su discreta Copa América,
sentenció a Brasil tras una gran jugada colectiva. Chile ganó y ratificó que ya
no le teme a nadie. Su estilo propio, ofensivo y gustoso, contrastó
dramáticamente con el espíritu rácano y timorato de una selección brasileña que
lleva años apostando por técnicos amarretes y tacaños. “Brasil ya no es
Brasil”, está afirmación ha sido el lugar más frecuentemente visitado por el periodismo
deportivo contemporáneo. Aunque correcto, este análisis reduccionista de la
situación actual de la selección brasileña es injusto con las demás selecciones
y con el fútbol en general. Es verdad, Brasil no es tan bueno como antes, pero igual de cierto es que Chile, y muchas otras también, ahora juegan mejor que antes. ¡Gloria al Campeón!
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