Por: Carlos Andrés Ramírez.
El título puede
parecer algo exagerado pero yo lo creo así. Lo creo por algunos aspectos de la
experiencia del juego, pero también por el vocabulario y el lenguaje que se
maneja en torno al fútbol día a día. Estoy convencido de que ese vocabulario no
es casual ni fortuito y que hay que tomárselo en serio cuando se habla de
genios, magos, animales, gigantes y otros seres fantásticos. Hay que tomárselo
de esta manera para entender un aspecto fundamental de la experiencia del
fútbol. No es una pregunta por la verdad o falsedad de esas atribuciones, sino,
¿qué pueden significar?, ¿cómo se relacionan con el juego?, ¿por qué hablamos
así de los futbolistas?
Quisiera hablar de aquellos adjetivos y sustantivos atribuidos a los
jugadores que los convierten en seres sobrenaturales y con capacidades
inhumanas. Tenemos, por ejemplo, a los genios. Quizás sea obvia esta referencia
e incluso un cliché, pero no puedo olvidar ni pasar por alto el relato de
Víctor Hugo Morales del gol que Maradona le hace a Inglaterra en México 86;
relato que tantas veces he visto y oído por internet. Cuando Diego arranca en
su carrera infernal, Morales le llama ‘genio del fútbol mundial’ aunque todavía
no sabía lo que estaba a punto de hacer. Cuando se acerca vertiginosamente al
arco, lo vuelve a llamar genio varias veces. Profiere una serie de
onomatopeyas, después sucede el gol, y luego invoca a Dios. Dice derramar
lágrimas y además dice algunas palabras sobre los astros y sobre cómo esa había
sido una ‘jugada de todos los tiempos’.
Incontenible,
inesperado, encarnación del azar del juego. Morales también le llamó genio antes
del manotazo diabólico que aún resienten los ingleses. Y es que la inspiración
del genio y la maldición del demonio provienen de un lugar bastante similar. En
la mitología griega, el genio es llamado daimon
y es tanto el que inspira desde un lugar divino las acciones de los hombres,
así como el que los protege y acompaña durante toda su vida. Estas acciones
inspiradas no conocen las reglas del mundo de los hombres pues provienen de un
lugar ultra-humano, por lo que en ocasiones parecen inmorales e incluso
malvadas. Aunque hoy la mayoría se ufana de no creer en estas dimensiones
ultraterrenales, creo que vale la pena preguntarse: ¿qué tipo de acciones eran llamadas
‘geniales’ o ‘inspiradas? ¿Acaso ya no se dan más estas acciones? Considero que
precisamente en el gol de Maradona, pero también en la narración de Víctor Hugo
Morales, la genialidad aparece con toda la magia y aura enigmática de las
grandes acciones mitológicas. Luego de haber narrado el gol, Morales cae en
cuenta no sólo del carácter extraordinario del gol de Maradona, sino además de
su propio comportamiento extraño e inadecuado. Pide perdón por haber perdido la
compostura: estaba fuera de sí, como Maradona, inspirado por los astros o quién
sabe qué más; enajenado y poseído por una fuerza que avergüenza la moral y las
buenas maneras de los buenos hombres. Se trata, en todo caso, de una pérdida de
sí y de una posesión de sí por fuerzas impersonales que se traducen en grandes
e históricas acciones.
En una
entrevista hecha al relator, este afirma que reconoce que en la narración
futbolera hay un poco de actuación y de exageración. Reconoce que tal como los
jugadores deben cumplir un rol en la cancha, él debe asumir uno en la locución.
Pero reconoce de igual manera que el gol de Maradona lo sacó de ese lugar:
perdió la compostura. No siendo un narrador, estando fuera de su lugar, pasó a
la historia por su desaforado relato del gol. Estando fuera de sí forjó,
probablemente, el modelo a seguir de muchos narradores contemporáneos que
sueñan con tener una oportunidad semejante, con presenciar un acontecimiento de
esa magnitud y estar a la altura de la situación con sus palabras. Excediendo los
límites de lo normal, alcanzó un momento de perfección narrativa. Hablemos
ahora del relato de los ingleses. El relator inglés dijo que el primer gol
nunca debió ser validado, pero que la segunda anotación era la prueba de la
grandeza de Maradona: absolutamente incontenible para la defensa inglesa,
meramente humana, pues los movimientos del argentino se asemejaban a los de un
trompo o una máquina. De cualquier forma, una fuerza inhumana imposible de
contrarrestar.
Si definimos ‘lo
humano’ como un ideal de comportamiento y pensamiento racional, moral y
civilizado –tal como parece ser aún en nuestro tiempo y desde la Ilustración
europea y además en oposición a lo irracional, la barbarie y lo inmoral– el fútbol y sus momentos más majestuosos se
definen por los instantes en los que dicho ideal se incumple y se alcanza una
grandeza más allá de ese parámetro. El momento del incumplimiento del ideal y
de la desobediencia es el momento en el que el hombre ya no es más hombre, en
el que ese camino trazado para su buen comportamiento y su compostura se
recompone con la pérdida de sí en y para el juego. Es pasión, se padece, hay
apoderamiento de la locura, la barbarie y la animalidad.
Las acciones de
Diego Maradona ese día en la cancha sólo podían explicarse recurriendo a un
lenguaje fantástico e inhumano. El hombre parecía inspirado por una fuerza
sobrenatural. Piénsese por ejemplo en las antiguas teorías de la ‘inspiración’
de los artistas y científicos: sólo era plausible explicar sus grandes acciones
y ocurrencias pensando en que habían sido poseídos por algún dios, demonio o
musa. Sin embargo, para mí lo que hizo Maradona no es la prueba definitiva de
su genialidad, sino que él, a su vez transfigurado en astro y genio, fue capaz
de inspirar en otros una locura similar. Su genialidad se traduce en la locura
de quienes presenciaron sus acciones, en la posibilidad de que otros, ante su
presencia, se perdieran a sí mismos y fueran poseídos, a su manera, por las
fuerzas de lo inmoral y lo divino.
El caso de
Maradona es el exponente emblemático de un conjunto histórico de jugadores y
equipos que han obligado al vocabulario futbolero a valerse de expresiones
fantásticas y mitológicas. Conocemos también a magos, dioses, saetas, maestros
y otros personajes cuyos nombres han sido inspirados por acciones que sólo
pueden ser explicados con esa terminología. Lo cierto es que las circunstancias
han obligado a usar este lenguaje pues no parece sensato ni justo afirmar que
todas esas cosas que ocurren dentro de un campo de juego, aparentemente tan intrascendentes
e insignificantes, con su capacidad para transformarnos, desquiciarnos,
alegrarnos, hacernos llorar, sean meramente un asunto de humanos. No puede ser,
porque por fuera del mundo del fútbol raramente nos dejamos afectar tan
dramáticamente y menos por asuntos que parecen ser tan mundanos. En los
momentos de la genialidad futbolera, por el contrario, todo ocurre como por
milagro, como si algo perteneciente a otro mundo se hubiera encarnado en los
hombres que practican el deporte; el acontecimiento genial prosigue a
apoderarse de nosotros y, de repente, ya no somos nosotros mismos.
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