Por: Sebastián Nohra
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La final del mundialito con River fue el cierre de una temporada espectacular. Estos jugadores lo volvieron a hacer. Repitieron lo que con Guardiola parecía irrepetible. Esta es una corta reflexión de su legado.
Las mejores ideas no siempre trascienden por sí mismas. Necesitan de un guía, de un conductor que con un alto nivel de genio y
competencia logre elevar el grado de trascendencia de una idea. Por ejemplo,
la literatura latinoamericana tuvo que esperar 150 años a que un puñado de jóvenes
escritores lograran liberarla del yugo de ser tierra de una lengua heredada,
de estar relegada a la virtud de su “madre”. Solo ellos pudieron llamar la
atención de los lectores foráneos, para que voltearan la mirada a nuestras
historias y, así, las letras latinoamericanas dejaran de ser ignoradas.
Otro buen ejemplo de cómo el liderazgo potencia el
valor es la cocina peruana. Parte de los ingredientes, la riqueza y la esencia
de su comida se remonta a la Cultura Inca. La migración y la fusión con la
cocina japonesa se había producido hace varias décadas; sin embargo, tuvo que
surgir la figura de Gastón Acúrio –junto con otros cocineros peruanos- hace una
década, para posicionar la cocina peruana en lo que es hoy: una potencia
culinaria a nivel mundial.
Perdonen que les hable de literatura y cocina estando
interesados en leer sobre fútbol, pero con esta generación de jugadores ocurre algo
parecido. La semilla se plantó hace muchos años. Para algunos con Rinus
Michels, para otros con Johan Cruyff. Lo que había que esperar era que la
profecía se cumpliera. Que algún iluminado le diera vida a la piedra tallada.
Los extremos
abiertos y dinámicos, el intercambio de posiciones, el ataque posicional, la
presión posperdida, la salida Lavolpiana, el “hombre libre”, el resultado como
consecuencia del buen juego, son conceptos que llevan años entrenándose en las
escuelas de formación del Ajax y del Barcelona. Son ideas que durante mucho
tiempo han sido cánones de la academia holandesa-catalana. Era necesario que
tanta premisa fuese revalidada por un equipo de esta alcurnia. Y lo hicieron
estos muchachos que llevan años colgados del cielo y no se quieren soltar. Cuando
hablo de muchachos, también hablo de Pep.
Hablo de él, porque en cada partido al lado del
extraordinario Luis Enrique, se sigue sentando Pep en el banquillo. La mácula
de su obra sigue presente. A pesar de las acertadas modificaciones
metodológicas y tácticas que ha introducido –con gran éxito- Luis Enrique, este
equipo es hijo de Guardiola. Fue Pep quien logró condensar todo y a todos en un
equipo. De Cruyff a Rijkaard. Fue Pep quien construyó, desde Valdés a Messi,
todos los detalles que hicieron poner al mundo de pie. Fue Pep quien hizo de
Xavi la razón de ser de su juego. Porque se diga lo que se diga, nunca la
eficacia y la estética estuvieron tan cercanas en un equipo de fútbol; 14
títulos de 19 posibles, docenas de partidos que hay que volver a ver antes de
dejar este mundo.
Tras la marcha de Guardiola, vinieron dos años
convulsos y difíciles para el club. El cáncer de Abidal y la muerte de Tito
Vilanova hirieron fuertemente la moral del equipo. Si bien se ganó una liga, el
proceso de deconstrucción de los pilares del juego del equipo era continuo y
acelerado. Se dejó de competir al más alto nivel –derrota 7 a 0 contra el
Bayern- y la identidad del juego ya no era tan nítida. La falta de decisión de
Martino para volver a los orígenes o para introducir cambios sustanciales,
condenaron al equipo a un limbo que terminó en una temporada para el olvido.
La convicción
en una idea se demuestra en la derrota. El peso del éxito justifica y legitima
cualquier modelo. Es en el laberinto de la penumbra, cuando debe surgir la
fuerza para defender y creer en la semilla que hace cuarenta años se puso. Y
así lo hizo el club. Confiando en la respuesta de una generación irrepetible,
se trajo a un facilitador que gestionara el nuevo proyecto. No había otro nombre
mejor que el de Luis Enrique para comandar la nave.
Del Barcelona de los volantes de Guardiola se pasó al
Barcelona de los delanteros de Luis Enrique. Si bien el desequilibrio
individual y la capacidad goleadora de los tres de arriba es algo que quizá
nunca se ha visto, el equipo sigue siendo preso de su esencia. En cada rondo,
detrás de la sombra del balón, viaja con ella la sombra de Xavi. Con una pizca
menos de elaboración, estos muchachos volvieron a hacerlo. Otra temporada ganándolo
todo, pagándole cada boleta a cada espectador. Cuando en octubre de 2008 se
murmuraba “algo especial está sucediendo en Barcelona”, nadie imaginó que aquel
equipo iba a terminar partiendo la historia del fútbol moderno.
Desde aquella derrota contra el Numancia en el Camp
Nou, día del debut de Guardiola como entrenador, continúan en el equipo Alves,
Piqué, Busquets, Iniesta y Messi. Cinco titulares que no solo son los mejores
del mundo en su posición, sino que son los guardianes del estilo. Un estilo que
necesitaba toneladas de talento para haber podido alcanzar la excelencia.
Iniciamos estas líneas diciéndolo: tenían que llegar intérpretes con el genio
de Andrés Iniesta para que la idea trascendiera. Para que las jugadas que
habitaban en la cabeza de Guardiola se trasladaran al Camp Nou.
Esta generación
le enseñó al Barcelona a creer en su modelo más allá de las fronteras del
éxito. Le enseñó a los entrenadores del mundo a no desconfiar de los centímetros
de sus jugadores. Le enseñó a los porteros que ellos también son jugadores de
campo y el primer delantero del equipo. A los volantes que el que mejor juega
es el que menos la toca. A los delanteros que siempre hay un último pase. A los
aficionados que el resultado se justifica desde la pelota y no al revés.
Y afortunados nosotros, los que de un balón hacemos el
pan de cada día, por ser contemporáneos de esta generación. Porque será ésta la que en unos años pueda
guiar a los barcos perdidos y sacarle una sonrisa a los futuros melancólicos. Porque
estos muchachos, más allá de cualquier camiseta, han sido por todo y por sobre
todo, una generación inspiradora.
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