viernes, 6 de noviembre de 2015

LA PELOTA PINCHADA: MILLONARIOS VS UNIÓN MAGDALENA EN LA TOMA DEL PALACIO


Por Alejandro Escorcia
@alescorci


En Colombia, ahí donde cae un cartucho de bala, también rueda un balón (que suele esconder al primero). La relación violencia-fútbol ha hecho parte de nuestra idiosincrasia desde que recuerdo. Fue así en el segundo mundial que participamos y prueba de ello es que más gente tiene presente el gol de Rincón (o el pase del Pibe) en el único partido que Alemania no ganó en Italia 90 que la masacre que el Ejército -aliado con los paramilitares- estaba llevando a cabo en Trujillo ese mismo negro año 1990. Fue así también cuando la selección quedó eliminada de USA 94 y Andrés Escobar recibió seis balazos calibre .38 que Humberto Muñoz, el escolta de los hermanos narcotraficantes Gallón Henao, le metió por no dejársela montar después de su autogol. Fue así mismo con la Copa América del 2001, cuando unas FARC de 18 mil hombres disponían tanto de las libertades de este país, que semanas antes del inicio del torneo secuestraron, nada más y nada menos, que al Vice-Presidente de la Federación Colombiana de Fútbol Hernán Mejía Campuzano y, para remediar el daño, el Presidente de la República Andrés Pastrana se ensañó con llamarla la “Copa de la Paz” para buscar el apoyo de todos los colombianos en su lobby internacional y permanecer como sede. Esas las viví (sin recordarlas todas). Sin embargo, derrotado nuevamente, cual niño cuando se le pincha la pelota, descubrí hace poco que también en la Toma del Palacio de Justicia, que cumple su tétrico trigésimo aniversario, el fútbol estuvo presente. 

No lo viví. Año tras año me entró por una oreja y salió por la otra el requemado “hasta el día de hoy nadie sabe que pasó en realidad”. Año tras año repetí el sí que tragedia y me limité considerarlo otro capítulo oscuro de la historia colombiana reciente. Pero este año pesó en mí ese fétido olor a dolor ajeno -gestado en tres décadas de incertidumbre- lo suficiente para ponerme a investigar cómo fueron realmente los hechos. Si bien no soy una segunda Comisión de la Verdad, descubrí leyendo el informe que sacó la primera que lo que yo conocía era una triste versión que, aunque no deja de ser cierta, era ignorantemente abreviada: el M-19 entró, el Ejercitó respondió con tanques, ignoraron el llamado al cese del fuego por Reyes Echandía y murieron magistrados y desaparecieron inocentes. He podido ampliar mi versión y me siento ahora identificado con la ignominia que suscita el hecho. Sin embargo, para mi tristeza como futbolero férreo, cada vez que indago sobre la violencia en mi país me encuentro una pelota por ahí. Y si no está por ahí, alguien la trae. El 6 de noviembre de 1985 la dueña de la pelota fue la entonces Ministra de Comunicaciones, Noemí Sanin, que la usó para censurar a los medios obligándolos a transmitir un partido entre Millonarios y el Unión Magdalena mientras en la Plaza de Bolívar le llovían balas y rockets a un Palacio incendiado. 

Los relatos todos coinciden que fue alrededor de las 11:30am cuando el Operativo Antonio Nariño por los Derechos del Hombre dio inicio con la entrada de veinticinco hombres y diez mujeres armadas al Palacio de Justicia. La radiodifusión, fiel a su tarea informativa, cubrió esos primeros hechos sin aún entenderse la situación del todo. La noticia se regó por el país y no tardó en recorrer las tres cuadras de distancia que separaban al entonces Presidente Belisario Betancúr de los hechos. En cuestión de minutos el presidente fue avisado. Sin embargo, atendía la presentación de cartas credenciales de los embajadores de México, Uruguay y Argelia, compromiso que priorizó y no fue sino hasta la una de la tarde cuando acabó la cita diplomática que tomó riendas del asunto. Las tropas del Ejército llegaron a la cita a las 12:30pm con la instrucción de “no permitir por ninguna razón que se diera el espectáculo ante el país”, como le afirmó después el Ministro de Defensa el general Vega a la Comisión de la Verdad. Lo digo con cinismo (porque la rabia no me alcanza), espectáculo fue lo que hubo. Espectáculo macabro y desabrido de pura receta colombiana.
Atrincherados desde las dos de la tarde en el cuarto piso del Palacio en la oficina del magistrado Pedro Elías Serrano Abadía, los guerrilleros del M-19 pedían una solución dialogada. El asedio desproporcionado del Ejército, con dieciocho tanques cascabel (con cañon de 90 milimetros) y seis úrutus (con ametralladoras punto cincuenta), tenía a los insurgentes arrinconados como ratas en naufragio. Todo colombiano que conozca superficialmente la historia reciente, por lo menos ha escuchado a alguien parafrasear el desgarrador “¡que cese el fuego!” del Presidente de la Corte de Justicia Alfonso Reyes Echandía. Y aunque todas las grabaciones de esos días erizan la piel de cualquiera, la siguiente frase es la que más sacude las fibras íntimas de mi colombianidad: “cuando entren en este piso nos morimos todos, sépalo”. La dijo Alfonso Jacquin, segundo al mando, después de Luis Otero. Jacquin le pide el teléfono a Reyes Echandía y luego, peleándose el protagonismo con el sonido de la balacera, hace un último llamado desesperado al diálogo. Le es inconcebible (con toda la razón) que el Presidente no le haya pasado al teléfono al Presidente de la Corte Suprema. Se escucha en su voz el tono de alguien que más que desesperado está apoderado por la incredulidad. Reivindicando su operativo afirma que es el Ejército con sus tanques, y no el M-19, quien se ha tomado el Palacio. Y luego, antes de colgar, advierte el destino fatal.

No tengo ánimos de apologizar a Jacquin, pero lo cierto es que el único que no jugó al teléfono roto ese día fue el Presidente Betancúr. Yesid Reyes, hijo del magistrado, salió de hablar con su papá y se comunicó con el periodista Juan Guillermo Ríos, quién se comunicó con el Procurador, quién seguramente se comunicó con alguien más hasta que García Márquez contestó en París e intercedió también. Por ese auricular pasó también Noemí Sanin para advertir que no interfirieran pues no se trataba de asuntos personales, sino de Estado, dijo. También pasó el Presidente del Congreso Álvaro Villegas quién le insistió tres veces a Betancúr que hablara con Reyes Echandía, hasta que a Villegas le dejaron de contestar. Pasaron todos, menos el Presidente de la República.

Fue por esta tajante negligencia de la cabeza del país que los medios de comunicación fueron una pieza clave. La trascendencia de las cadenas de radiodifusión Caracol y RCN (y los periodistas Yamid Amat y Juan Gossaín) es inestimable. No solo eran para el país la única forma mantenerse enterado, eran para las víctimas la única esperanza de salir con vida. Eran la única forma de ejercer presión al gobierno para que detuviera la masacre que estaba cometiendo. Y sin embargo, el llamado a la cordura fue callado. Fue silenciado por Noemí Sanin. Asfixió los gritos de auxilio y como contentillo al país les puso fútbol. A Gossaín lo llamó a las 5:00 p.m. a pedirle que saliera del aire porque le estaba haciendo daño al país y que de negarse a hacerlo estaría violando una ley. Gossaín le contestó: ¿Cuál ley estoy violando? A Amat lo llamó entre las seis y las siete para ordenarle (haciendo énfasis en que a pesar de no haber resolución legal era una orden) que interrumpiera la transmisión y que en caso de negarse el Ejército se tomaría la emisora y apagaría los transmisores. Fue entonces una obligación transmitir Millonarios vs Unión Magdalena.

Era la primera fecha del octagonal, que en esa época era un todos-contra-todos. Millonarios, dirigido  ese año por Eduardo Luján estaba armado con un plantel de primera categoría compuesto de: Alberto Pedro Vivalda; Germán Gutiérrez de Piñeres, Miguel Augusto Prince, Luis Norberto Gil, Hernando ‘El Mico’ García; Germán Morales, Norberto Peluffo, Juan Carlos Díaz; Arnoldo Iguarán, Juan Gilberto Funes y Marcelo Trobbiani. Por su lado, los samarios solían alinear a Carlos Valencia, Eugenes Cuadrado, Alfredo González, Radamel García, Omar Alfredo Galván, Alberto Gamero, Víctor González Scott, Héctor Ramón Sosa, Edgardo Teglia y César Calero. El partido, completamente fútil en la coyuntura del país, quedó 2 – 0.  Cerveleón Cuesta, jugador de Millonarios en el 85, comentó hace un par de años en entrevista a Señal Colombia el asombro que sintió el equipo cuando Luján les comentó que el partido lo iban a transmitir. Desde la concentración ya los jugadores estaban nerviosos. Cuesta cuenta como se reunían alrededor de un radiecito que cargaba Norberto Peluffo a escuchar los avances de la balacera. Para las 8:30 p.m., hora del pitazo inicial, ya el Palacio cumplía más de cuatro horas de estar ardiendo en llamas. Y sin embargo, la pelota rodó.

Eran otras épocas, la transmisión de los partidos no era algo habitual. Se creía que de transmitir todos los partidos se afectaría la asistencia de los hinchas a los estadios. Sin embargo, todo aquel que estuvo pendiente de las noticias y quiso estar enterado esa noche tuvo que someterse a un Millonarios vs Unión que se jugó en terror. El fútbol fue reducido a un instrumento de censura. Un arma más del Estado; el Estadio fue otro Cascabel, la pelota una granada de mano más. Amat diría luego a la Comisión de la Verdad: “la censura tuvo como efecto la muerte de la Corte”. Frase con la que no puedo estar más de acuerdo. Se cambiaron las denuncias por goles. Y con una pelota de distracción se trató de disimular la retaliación excesiva del Estado. Con dos goles, el gobierno groseramente trató de disimular lo que resultó en diecisiete magistrados y cuarenta y seis civiles muertos más cientos de desaparecidos. De la manera más cínica, la ahora ex Ministra Sanin se jactó de haber “evitado otro Bogotazo” al haber dado la orden de silenciar los medios cuando no hizo nada distinto a tejer una cortina con grama, uniformes y -sobre todo- pasión. El 6 de noviembre de 1985, el Estado colombiano sacó humo de una pelota para cegar a su pueblo. Quiero pensar que fueron ingenuos y que nadie se dejó engañar sabiendo que el humo no venía del Campín. Sin embargo, me derrota pensar que, así como en la Toma del Palacio de Justicia y tantas otras veces en nuestra historia violenta, nos pueden seguir pinchando la pelota a su antojo. 

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